viernes, 20 de diciembre de 2013

"Herbari: viure amb les plantes". La zarza.

No es la primera vez que aquí os hablo sobre mi “admiración” por la flora silvestre que nos rodea (casi sin que nos demos cuenta), es por esto que disfruto de cualquier acción, o descripción, que la ennoblezca.

Aquí va un pequeño apunte sobre el monográfico de la revista Métode, (editada por la Universidad de Valencia) titulado “Herbari: viure amb les plantes”.  En él están presentes diversos ensayos que abordan de forma novedosa y muy enriquecedora el estudio de distintas especies “vulgares” (silvestres o cultivadas) pertenecientes al entorno valenciano. Sus autores son Daniel Climent y Ferran Zurriaga.

 

Además de las características botánicas de estas plantas, sus autores recopilan aquellos aspectos -no tan comunes- que las hacen, si cabe, algo más especiales. Referencias literarias o mitológicas, aspectos relativos a su nomenclatura o a sus usos más tradicionales... Una mezcla, pues, de aspectos sociales y culturales, sabiduría popular y conocimientos científicos.

Os ofrezco un resumen de las peculiaridades mencionadas en el monográfico sobre la zarza (no voy a extenderme demasiado en sus características botánicas, por tratarse de un arbusto que seguro conocéis muy bien) y añadiendo, si me lo permitís,  alguna idea personal sobre la misma:


Rubus ulmifolius

La zarza es un arbusto espinoso de la familia de las rosas que crece de forma enmarañada  formando en su conjunto (y cito directamente de la revista) "vallas o setos tan barrocamente intrincadas como impenetrables, en la medida que pocas pieles son capaces de resistir las peligrosas gumías de la zarza. Por eso, estas vallas –de hasta tres metros de altura y un espesor incluso mayor– sirven de nido a pequeñas aves como la carruca zarcera, Sylvia communis, que encuentra un refugio tan adecuado como disuasivo."

Otra curiosidad muy interesante: "al llegar la primavera, la zarza se transforma en una planta móvil: si la registráramos a «cámara rápida» [fotografía a intervalos y proyectado como una película] veríamos que los turiones operan como exploradores que investigan el entorno mientras escriben, con pausada caligrafía aérea, el deseo de encontrar el soporte apropiado para sus ansias expansionistas. Aunque el movimiento no es perceptible a simple vista, es mucho más rápido que el de la mayoría de las plantas y ¡puede llegar a los cinco centímetros diarios!"

Y con respecto a las moras: "Plinio el Viejo interpretaba (a las moras), allá por el siglo I d.C., como una especie de compensación moral de la naturaleza, que «…no generó zarzas solo por maldad, sino que les dio las moras como alimento de los hombres» (Naturalis Historia Liber, xxiv: lxxiii: 117)"...

¿Y quién no recuerda su importancia en el Éxodo? La zarza ardiendo fue la forma en la que Dios se apareció a Moisés en el monte Horeb, encomendándole la misión de liberar a los hebreos de la esclavitud de los egipcios. Os dejo de pasada algunas imágenes del interés de Marc Chagall por ese pasaje bíblico. Al verlas se me ha ocurrido que quizás el trazo de Chagall tenga algo de trama de zarza (y aplíquese, a partir de esta idea, lo que las zarzas hacen con la piel -de quien quiere atravesarlas- a nuestra mirada sobre su obra).

Dios se aparece a Moisés en la zarza ardiente ( Éxodo III,1 6).
Aguafuerte, c. 1956.

Moisés con la zarza ardiente.
Dibujo/boceto a lápiz y tinta china, c. 1963.

Moisés con la zarza ardiente.
Dibujo/boceto a lápiz y tinta china, c. 1963.

Estudio para Moisés con la zarza ardiente. Pastel, c. 1963.

Estudio para Moisés con la zarza ardiente. Tinta china, c. 1963.

Moisés con la zarza ardiente. 
Dibujo/ boceto a tinta china y pastel, c. 1963.

Moisés con la zarza ardiente.
Dibujo/boceto, gouache, tinta china y pastel, 1963.

Moisés con la zarza ardiente.
Pintura, gouache, tinta china y pastel, c. 1963.

Moisés con la zarza ardiente.
Dibujo/boceto a tinta china, pastel y lápiz, c. 1963.

Moisés y la zarza ardiente. Litografía, 1966.

Moisés con la zarza ardiente. Óleo sobre lienzo, 1966.

La zarza es un arbusto resistente, difícil de someter. Es un espectáculo disfrutar de su colorido cuando llegan sus frutos allá por el mes de agosto. Conozco a gente que la ha utilizado como fondo o pantalla de su jardín, o como setos que limitan una parcela. También he podido comprobar cómo se puede moldear para hacer distintas intervenciones “artísticas”; por lo tanto, no sólo los aficionados a la mermelada de mora rastrean por entre sus enzarzados ovillos.


Camino entre zarzas.
Fotografía del libro G.C.Une écologie humaniste de Louisa Jones.

La zarza como alegoría política, la zarza del génesis u otras referencias a los topónimos que se le asocian son algunos de los apartados que podemos encontrar en la sección dedicada a la misma de este muy recomendable “Herbari: viure amb les plantes”.

    

lunes, 4 de noviembre de 2013

Notas sobre el jardín de la Fundación Sales (I)

« …des vastes splendeurs dont j’orchestre l’harmonie […]. Ce jardin est une tâche terrible, à laquelle je me donne tout entier. Il me prendra mes dernières années et je tomberai épuisé, sous ses branches après lui avoir donné tout mon amour

El jardín de la Fundación Sales es un jardín que podríamos calificar como de Autor, donde Francisco de Sales Covelo ha coleccionado durante años especies vegetales exóticas por su origen. Es un espacio abierto al público donde el rincón creado por este paisajista pasa a ser experimentado por otras personas, les permite conocer una parte de su ideario “puesto en obra”; de alguna forma, participar de su imaginación y, siempre, disfrutar de un lugar único.

         
La cita de Jacques Majorelle (pintor francés que diseña su propio jardín en Marrakech en 1924: www.jardinmajorelle.com) con la que inicio el texto podría aplicarse perfectamente a la relación de este insólito jardín de Vigo con su autor. Un espacio que expone la mezcla armoniosa de variedad botánica, diseño, el relato de una historia personal sugestiva y un indudable compromiso pedagógico.

      

El jardín data de 1960. Es difícil definir su estilo, muy heterogéneo, aunque sí podríamos distinguir marcadas trazas de una cierta influencia oriental. Existen en su interior varias construcciones que, sin embargo, se equilibran con el componente verde del jardín. Aunque sea un espacio de pequeñas dimensiones (para ser un jardín botánico), los rincones son numerosos: uno siempre encuentra aquella parte del mismo donde se siente más identificado. Por otro lado, definiríamos su gestión actual como “contemporánea” (muy “británica”, si se nos permite la expresión), pues las formas en que el visitante participa de él, son variadas (venta de plantas, conciertos, charlas sobre botánica, cursos de jardinería…). Actividades planteadas sin dejar de respetar su encanto original y su carácter íntimo.


    

Es destacable el intercambio de especies vegetales que desde aquí se está llevando a cabo con otros jardines botánicos de indudable relevancia (por ejemplo, los jardines de Kew) con lo que la Fundación Sales se convierte en un punto de referencia a nivel botánico en Galicia (no dejéis de preguntar por su orquideario). Nos proporciona la oportunidad de conocer plantas a las que difícilmente podríamos “acceder” desde nuestra comunidad autónoma. El lugar tiene también algo de laboratorio al aire libre, ya que Francisco de Sales experimentaba aquí con la combinación de formas, texturas, colores…

Os recomiendo la visita a este jardín a descubrir. Pero antes podéis visitar su página web donde encontrareis más información sobre el mismo, sus plantas (su planes) y sus eventos: www.fundacionsales.org

En breve os comentaré algo más sobre esta Fundación y el proyecto que comienzo a desarrollar con ellos.




jueves, 26 de septiembre de 2013

No tengo jardín porque no tengo huerta

Quien esté familiarizado con el apego del gallego a su huerta sabrá reconocer la importancia real del jardín doméstico en esta comunidad. Nuestra querencia por la huerta nos lleva incluso a llenar las despensas de nuestros allegados con los productos de aquella que somos incapaces de consumir, esto demuestra que el interés no es en absoluto meramente productivo. El verdadero cultivador gallego disfruta en realidad con tan solo ver crecer sus frutos y hortalizas al igual que el jardinero lo hace con sus plantas: ambos son, de hecho, la misma cosa.

El jardín original nació con la función de satisfacer una necesidad primaria: alimentarse. Se comenzó por cercar un trozo de tierra y así proteger de la naturaleza “salvaje” y de los animales aquello que cultivarían en su interior (recordemos como ese acto es relatado por Daniel Defoe en su novela Robinson Crusoe), luego una huerta es un jardín elemental.


Cuando no se trata de una necesidad urgente, vital, el trabajo del “jardinero” es todavía  exigente pero al mismo tiempo produce diversión y nos abstrae de preocupaciones mundanas. La recompensa final llega cuando lechugas, tomates, pimientos, calabacines… comienzan a salpicar con sus colores el lienzo que con antelación ha abocetado el horticultor con sus herramientas y sus semillas.

No falta tampoco el agua, elemento indispensable en un jardín: “regos de auga” (como los denominamos en gallego) se ramifican por el terreno, (contrariamente a lo que ocurre cuando multitud de afluentes mueren en la corriente principal de un río mayor) por entre los cultivos o aspersores rudimentarios que salpican agua en ocasiones “sin ton ni son”. Porque nuestros “jardineros” son además grandes “escultores” o "inventores". Disponen elementos de todo tipo entre sus vegetales, a veces con una función dudosa y más bien decorativa al reciclar hierros, plásticos, cds, cintas adhesivas… Podríamos hablar incluso de su divertida indumentaria, también de reciclajes varios, que es idónea para su trabajo y que casi parece un atuendo folclórico- postmodernista.


Un jardín doméstico en el que el jardinero se encierra en su interior, se aísla y se concentra, trabajando el detalle, sacando una por una las pequeñas hierbas, tratando de llegar a la minúscula perfección a la que aspira (él marca el tipo de perfección que otros considerarían quizás como absurda). Algo tiene de extraño encaje de Camariñas (no puedo yo también dejar de ponerme folclórica).


Con formas cuadradas, rectangulares, cercados con distintos materiales, llenos de diferentes cultivos… próximos al mar o a la montaña….Galicia se enriquece de una fuerte tradición "jardinera", que tendemos demasiado a menudo a menospreciar bajo la idea errónea de que  un jardín de flores es más contemporáneo que una huerta.





jueves, 1 de agosto de 2013

La maldad de las hierbas

¿De verdad es tan perniciosa aquella porción de naturaleza salvaje que surge de forma espontánea a nuestro alrededor y que incluso la denominamos “maleza”?¿Cuánto daño provoca? Incendios, basura, desbordamientos de ríos, etc. Parece ser la culpable de todo ello. Por esto me gustaría reflexionar, mínimamente, sobre los supuestos daños que ocasiona.

Es innegable que el hecho de que se utilice el propio término de maleza para definir la “espesura que forma una multitud de arbustos como zarzales, jarales…” (tal y como figura en el diccionario de la RAE), subraya algún tipo de prejuicio a una comunidad. Es razonable entender, entonces, que dicho prejuicio se produce cuando esa vegetación entorpece alguna actividad (o se convierte en incompatible con aquella), como ocurre por ejemplo con la agricultura.

Pero desde el momento en que esta naturaleza no condiciona una labor este tipo, dicha justificación ya no goza de la misma validez. El centro de gravedad de las críticas se desplaza entonces al ámbito de lo estético. Y de ahí que surjan artículos como el que leí hace un mes en la prensa gallega sobre las molestias que causa la maleza. Las quejas allí eran numerosas, pues “la hierba lo invade todo sin remedio”, hasta el punto de definir como un error el permitir el crecimiento de las mismas en lugares con atractivo turístico. Al parecer, no conviene dar a entender que permitimos ese crecimiento en espacios que deben funcionar como “cartas de presentación para el turista”.

Por otro lado, es habitual el establecer una relación directa entre las plantas y los problemas originados en el lugar donde crecen, cuando somos nosotros mismos los que creamos dichos inconvenientes en realidad. ¿Acaso los plásticos, pilas y demás desperdicios se sienten atraídos por Rubus ulmifolius o Lamium purpureum, entre otras?

Me gustaría recordar tres conceptos ligados a estos espacios que los hacen ricos e importantes para nuestro bienestar:
Plantas pioneras: son plantas colonizadoras de crecimiento rápido que se establecen en lugares desnudos preparando el terreno para que se instalen otras especies más exigentes.
Biodiversidad: variabilidad de organismos vivos de cualquier fuente, incluidos, entre otras cosas, los ecosistemas terrestres y marinos y otros sistemas acuáticos, y los complejos ecológicos de los que forman parte; comprende la diversidad dentro de cada especie, entre las especies y de los ecosistemas. (Convenio sobre Diversidad Biológica,  1992)
Infraestructura verde: concepto utilizado para referirnos a la matriz que conecta los espacios verdes que se hallan en la urbe con los de su entorno.

Cada día existen más autores (arquitectos, biólogos, paisajistas…) que defienden la conservación de los espacios donde crecen plantas pioneras (terrenos abandonados en las ciudades, cunetas, periferias, márgenes…) como refugios para la biodiversidad,  creando una red de espacios verdes conectados (infraestructura verde) que permitan un flujo de estas especies manteniendo el buen estado de los ecosistemas. Aún así , la explicación del por qué se emplean estos nuevos argumentos de conservación suele resultar un tanto abstracta para algunos sectores de la población, a pesar de que esos mismos sectores suelen postularse a favor de otras iniciativas ecológicas.

Esto hace que me plantee algunas cuestiones, ¿Conservación sí, pero lejos de nuestras casas? ¿Conservación sí, pero en lugares destinados para ello (parques naturales, por ejemplo)?

Retomamos de nuevo el argumento de la estética como excusa para entender este tipo de comportamientos. La maleza ya no dificulta actividad humana alguna, pero seguimos con la idea errónea de que los retales de vegetación silvestre son desagradables, que “deslucen” el lugar: “los vecinos se quejan de la imagen descuidada que ofrece la villa“.

Las prioridades de la sociedad han cambiado pero no su visión sobre este tipo de naturaleza. Detrás de todo esto suele estar el dominio que el hombre intenta ejercer sobre ella.  Y ahora sí estamos en condiciones de volver al inicio del presente texto: los matorrales no originan los incendios, es el hombre quien los provoca por considerarlos “nocivos”. De nuevo: los problemas de salubridad en determinados terrenos en desuso, por ejemplo, son causados por aquellos que se consideran autorizados para depositar los desechos que generan al identificar unas hierbas altas con un vertedero. Los desbordamientos de los ríos no se acentúan porque haya demasiada vegetación en sus orillas, ¿acaso nadie se ha parado a pensar en que la flora sólo realiza su función? Somos nosotros los que, en realidad, transforman las condiciones originales del río construyendo ridículos paseos fluviales que no respetan la vegetación de ribera, que cambian sus cotas y que, además, obligan a un mantenimiento que no siempre es sostenible (al referirme a un mantenimiento no me refiero al desbroce, sino a retirar la basura de las papeleras o arreglar los desperfectos ocasionados por los vándalos). Con esto no quiero dar a entender que no se pueda, o se deba desbrozar, sino que en muchas ocasiones esa “limpieza” es desproporcionada y responde sólo a un justificación arbitraria.

Creo que ha llegado el momento de abogar por un cambio en nuestra mirada. La observación y comprensión de los procesos y funciones de la naturaleza es vital para que este cambio se produzca, pero también debemos localizar y erradicar clichés anticuados. Coexistimos, nos ayudamos, todos somos necesarios, incluso esas pequeñas hierbas que nacen a la vuelta de la esquina entre el asfalto y la acera.

Defendamos el derecho de estas hierbas (y arbustos) a desarrollarse, suponen un beneficio para todos nosotros y además su imagen resulta innegablemente bella para muchas personas, entre las que me incluyo.


Imágenes del metro de Londres.

miércoles, 19 de junio de 2013

Derek Jarman y el jardín de Prospect Cottage

Comienzo a escribir este blog proponiéndoos un pequeño extracto del texto titulado ”Surgir en la nada: Derek Jarman y el jardín de Prospect Cottage” (de ahí el nombre del blog) . Lo redacté para el catálogo de la exposición Cabañas para pensar, organizada por la Fundación Luis Seoane (A Coruña) en 2011 y comisariada por Alberto Ruiz de Samaniego y Alfredo Olmedo. La muestra consistía en un recorrido (a través de fotografías de Eduardo Outeiro, herbarios, maquetas y textos) por las cabañas de autores como Martin Heidegger, Edvard Grieg, Derek Jarman o Virginia Woolf, entre otros. Se trataba de realizar una reflexión y análisis de estos “espacios para pensar” en relación con la propia obra de aquellos autores:
 
Fotograma del film The garden ( Derek Jarman ,1990), obra en la que Jarman
utiliza como escenario su propio jardín de "Prospect Cottage".
                                                             
Jarman fue creando así un jardín “imposible”, sobre un terreno pobre, con abundantes pedruscos y escasa vegetación. Al ajardinar aquel lugar, este cineasta propone una “escenificación” personal a aquella superficie, a partir de las variedades que aquel entorno y sus condiciones ofrecen. Trabajo de atrezzo al que hay que sumar su vocación escultórica. El director no sólo “modela” con plantas su jardín, sino que también ubica esculturas (de materiales diversos) en él. Detrás de la casa, en la zona más informal y azarosa, utiliza metal y madera: grupos de sacacorchos oxidados, anclas de la playa, una vieja ventana... En la parte frontal de la casa destacan las formas geométricas, circulares, con grava fina, piedras de distintos tamaños y conchas del mar. De manera que la importancia de la piedra y de la grava se multiplica con la suma de sus esculturas, en las que las piedras que utiliza para aquellas, ejercían para Jarman un misterioso poder de atracción. El jardín, entonces, comienza a crearse paulatinamente, a medida que Jarman combina su gusto pictórico (y escultórico), su experiencia en jardinería y sus convicciones ecológicas, al incorporar a su terreno una madera vieja que sirve de tutor a un rosal silvestre o unas piedras que protegen plantones de Crambe marítima. De la combinación de la grava y la piedra “escultórica”, nace entonces una disolución de los bordes de su jardín con el medio que lo rodea para crear un nuevo paisaje, que combina esculturas de pedrusco, tablas que el mar arrastra hasta la playa, plantas y arbustos, viejas herramientas y otros elementos introducidos por él mismo.

Fotografía de Eduardo Outeiro.

El “paraíso” de Jarman participa, pues, de la idea de “fusión” entre un jardín y su entorno. La ausencia de elementos que lo acoten acentúa la integración de éste con el paisaje que lo rodea, llegando a mimetizarse por completo con él (de ahí también la “inesperada” entrada que relata Beth Chatto). Es fundamental el hecho de que las plantas utilizadas sean en muchos casos nativas del lugar o, en su defecto, plantas indígenas que nacen a su alrededor y que aportan pinceladas de color a la inmensa llanura de grava. Un buen ejemplo son las amapolas que crecen al borde de la carretera, malvas o gatuñas, flores silvestres que “son algo difíciles de ver cuando uno es cegado por la inmensidad del cielo y la grava” y que el director introduce aquí para dar “continuidad al horizonte”. Derek Jarman integra en su jardín el mar, la grava e incluso la central nuclear, que se transforma por la noche en las luces de un pequeño Manhattan: “como no tiene vallas o fronteras, ¿quién puede adivinar dónde termina?” se pregunta el autor.

El jardín de Jarman es en realidad todo Dungeness, un conjunto indivisible en donde cada elemento tiene su función. En su actividad como jardinero-paisajista, por lo tanto, podemos reconocer numerosos indicios que apuntan a la experimentación que lo caracteriza como cineasta. En el fondo subyace el tema de una creatividad multiforme en la que se vislumbra, tanto su conocida faceta como realizador cinematográfico, como su doméstica labor de cuidado del jardín.
Fotografía de Eduardo Outeiro.

Con respecto a lo mencionado en el texto sobre Beth Chatto:

Chatto se encontraba ocupada observando, entre otras, especies de Crambe maritima o Teucrium scorodonia, cuando de repente se vio rodeada de santolinas, amapolas y clavelinas. Era el jardín de Dereck Jarman, al que había llegado de manera fortuita en busca de inspiración para el que sería su célebre Jardín de grava.

Posteriormente esta paisajista diría con respecto a aquel lugar:

Después de haber visto las plantas que crecen en un ambiente tan hostil, dejo Dungeness con la renovada  determinación de seguir con mi experimento. Habrá decepciones y fracasos, pero cada día siento asombro y alegría por lo que las plantas pueden hacer si se les da una oportunidad…”

Si os interesa leer el artículo entero u otros textos de la exposición os recomiendo el catálogo Cabañas para pensar , publicado en 2011 por Maia ediciones. 




Bienvenidos!!